El monte San Lorenzo, de roca granítica de pésima
calidad, donde el hielo y la nieve son el principal atractivo, me
ha interesado desde 1994. Ese año, Soames Floweree y yo llegamos hasta
el campamento de Agostini e hicimos un tímido e inexperto intento
a la ruta del mismo nombre, alcan-zando unos 2.500 m de altitud, sin
llegar siquiera la arista superior. El verano de 2002 regresé al San
Lorenzo con un objetivo de más dura digestión: la arista Este, enorme
ruta de 3.000 m de recorrido que sólo ha sido escalada con éxito en
tres oportunidades. Hicimos un loco intento alpino junto a Manuel
Bugueño y José Pedro Montt, pero la seguidilla de días de buen tiempo
transformaron la arista en un campo de batalla barrido por las avalanchas.
Dos de ellas me pasaron literalmente por encima. De la segunda sólo
me protegió una pequeña piedra, mientras mis compañeros me vieron
desaparecer bajo una enorme masa de hielo y rocas. Yo sólo esperaba
el golpe final que me sacaría de mi refugio, pero nunca llegó. Como
un sensato conejo, salimos corriendo de la ruta, no apta para personas
sensibles. Así llegué a esta expedición, con la in-tención de hacer
la primera ascensión invernal de esta montaña patagónica. Pasaron
10 años entre el primer intento y el definitivo. La perseverancia
es otra virtud patagónica.
¿Por qué intentar la ascensión en invierno,
si es más frío, más inhóspito, más aislado, más difícil? Todos esos
atributos pueden hacer una expedición más atractiva, pero la respuesta
es menos masoquista. Aunque en Patagonia tener dos días completos
de buen tiempo es una fortuna y tres un despilfarro, en invierno es
más lo habitual que lo excepcional. En los periodos de frío (de "escarcha"
como dicen los locales) se suele gozar de 3 ó 4 días completos de
un clima perfecto, pero sí muy frío: en un cerro de altura los -30°
C pueden ser habituales. Así, ¡el invierno es temporada de caza también!
El 3 de julio (de 2004) salimos de Santiago
Camilo Rada, Marcelo Camus, Manuel Bugueño y yo. Nuestro objetivo
era la primera ascensión invernal del San Lorenzo, el segundo macizo
en altura de la Patagonia después del San Valentín (4.058 m). Además
ansiábamos la primera travesía integral de la enorme arista cumbrera
de esta montaña, de casi 15 kilómetros y la Cumbre Sur, sólo ascendida
en una oportunidad. ¡La ambición es un potente motor!
Llegamos al poblado de Cochrane el 7 de julio,
luego de un entretenido viaje en camioneta por la pampa nevada y la
carretera austral vestida de invierno. Al día siguiente entramos al
valle del río Tranquilo, para buscar a nuestro supuesto arriero en
las casas del sector Payacar. Sin embargo, nos explicó que no podía
entrar en invierno, pues el terreno y las condiciones hacen muy difícil
el acceso. Así las cosas, cada uno tendría que arrastrar algo así
como 25 ó 30 kilos en el trineo, más la mochila, ¡pero entraríamos
solos, en nuestra ley!
Al otro día, después que nuestra camioneta
quedara enterrada en la nieve, hicimos dos viajes para llegar a la
laguna Corazón, donde parte una picada hacia el monte San Lorenzo.
Seguimos en dirección Este, orientándonos por huellas de animales
o caballos en la nieve, hasta armar campamento en la oscuridad.
Continuamos internándonos por estos valles,
confusos y cambiados, pues el siempre verde del verano no existía.
Sólo algunos coigües seguían verdes, pero las lengas estaban en franca
espera de la primavera. Al final nos perdimos (lo que era lógico),
debiendo atravesar el río Tranquilo con los pantalones bien arremangados
y tirando los trineos que navegaban de una pobre manera. Alcanzamos
ese día el valle superior, a tiro de piedra del valllecito que conduce
a la base del San Lorenzo. La dificultad para remontar el arroyo del
mismo nombre -con varios pasos de roca y nieve- nos obligó a hacer
otro campamento en medio del bosque.
Amaneció feo, nuevamente nevando y con mucho
frío, pero sin viento. Seguimos avanzando lentamente entre las lengas
desnudas y el arroyo que debimos cruzar varias veces, mientras el
río bajaba ágil y sin obstáculos, como riéndose de nuestro torpe avance.
Por la tarde llegamos al Campamento Agostini. En dicho lugar existía
un refugio rústico o "tapera" hecha por la expedición del padre Agostini,
hoy transformado en una cabaña, el refugio Tony Rorhen, grande y espacioso
(tiene dos pisos) aunque muy frío. Esa tarde fue todo risas y comida
al calor de la estufa que empezó a quemar bosque nativo sin misericordia.
Salimos a la mañana siguiente con intención
de llegar hasta el primer portezuelo de la ruta de Agostini, el Col
del Comedor, donde existe una enorme roca plana cual mesa a 1.960
m. Arribamos a medio día, luego de ascender casi 1.000 m en unas 4
horas, usando nuestras raquetas de nieve. Dejamos una carga de comida
y combustible más algo de equipo y regresamos inmediatamente al acogedor
refugio. Habíamos decidido intentar la cumbre por la ruta normal,
pero ya habíamos renunciado a intentar la travesía integral, que demandaba
una mayor logística.
El 14 de julio partimos llevando carpas, sacos
y equipo en dirección al Col del Comedor, donde hallamos nuestro depósito.
Decidimos llevar víveres sólo para 4 días, confiando en el buen clima
que hasta ese momento persistía. Continuamos rumbo al siguiente portezuelo,
la Brecha de la Cornisa, una falla ubicada en una arista que baja
desde el hombro norte del San Lorenzo hasta la cadena Cochrane. En
dicha arista hay una pequeña depresión que permite pasar del sistema
del glaciar Cochrane al Calluqueo, que nace de toda la enorme cara
oeste del San Lorenzo. Desde este momento y por el resto de la ascensión,
avanzamos encordados, pues un glaciar es sinónimo de grietas.
Por la noche planeamos la ascensión. Aún nos
faltaba un campamento, pues estábamos sólo a 2.300 m y quedaban 1.400
m de desnivel y unos 8 km de recorrido entre el glaciar Calluqueo,
la cascada de seracs y la parte final de la expuesta arista cumbrera.
El tiempo estaba impecable, el barómetro en alza sostenida, un silencio
impresionante, nada de viento y sólo estrellas en el cielo. ¿Atacar
a la alpina? ¿De una? En el fondo no quería, pues aún faltaba un campamento
y lo íbamos a saltar, arriesgando el cerro por apurones. Por otro
lado, llevábamos 6 días completos de abrir huella, buscar la ruta,
cruzar ríos y tirar el condenado trineo, más dos subidas porteando
equipo, lo que hacia que las piernas sintieran la falta de reposo.
Pero la fisiología y la lógica cedieron ante el clima. Estaba demasiado
bueno. Si lo perdíamos sólo por mover un campamento habría sido imperdonable,
demasiado tiempo de es-pera para subir este cerro. Ahora es el mo-mento.
¡No chicken!
Salimos a las 5:00 a.m. Hacía mucho frío aunque
cedió pronto. Los 4 en movimiento, todo oscuro, sólo tu metro cuadrado
de luz de linterna, encordados, cargados, apurados. Bajamos al otro
lado de la brecha y, aunque mis recuerdos eran vagos (¡eran 10 años!),
dimos con las pasadas y fuimos as-cendiendo. A las 7:00 AM alcanzamos
el sitio del campamento 2 que nunca montamos. Seguimos subiendo por
un lomo enorme que lleva al comienzo de la cascada de seracs, que
en invierno más que seracs son hongos de hielo gigantes, algunos quebrados
hace poco, otros estables, otros por quebrarse, la ruleta rusa del
escalador.
A las 8:00 a.m., Marcelo, que venía encordado
conmigo, avisó que renunciaba. Hace rato lo escuchaba sufrir en silencio,
por una tendinitis en su rodilla, dolor y frustración. Nos reunimos,
hablamos rápido y conciso, y le pasamos la cuerda y una radio para
que regresara solo. El glaciar estaba muy estable y no habíamos visto
ni una grieta, es la bendición del invierno nevado. A media mañana
nos avisó que llegó bien. Un alivio para todos, pero a esa altura
estábamos entregados a otra batalla: buscar el paso entre los seracs.
Éstos nos ofrecían una subida directa por un sistema de canalones
a la arista, sin grandes obstáculos, pero muy expuesta a la menor
caída de material. Las experiencias anteriores en este cerro me convencían
que algo tenía contra mi persona, así que no había que darle opción.
Seguimos por la izquierda hacia el sector norte de la cascada de seracs,
que tras algunas escaladas en hielo y nieve nos llevaron a las 13:30
hr a la arista y a recibir por fin el sol.
Los tres teníamos los pies helados. Seguimos
sin perder mucho tiempo ascendiendo por la arista, en dirección a
la cumbre Norte. Camilo nos recitaba la distancia a la cumbre con
el GPS: recién estábamos a 3.100 m, ¡y a más de 4 km! ¡Y con sólo
4 horas de luz! No había que ser adivino para saber que esta pe-lícula
tendría función nocturna.
Llegamos a las cercanías de la cumbre Norte,
que se veía llena de grietas y hongos de hielo. La fuimos rodeando
por el costado derecho, avanzando siempre hacia el sur. Manuel abría
huella despacio. Yo estaba muy cansado, los seguía tranquilo por fuera,
pero inquieto por dentro. Alcanzamos un hombro rodeando un enorme
hongo de 10m
de alto, desplomado en forma inverosímil,
como si la gravedad no exsistiese aquí. Al otro lado nos recibió una
visión fantástica de la cumbre, que aún estaba lejos.
Desde la cumbre Norte había que bajar cerca
de 200 m entre seracs y más hongos. Llegamos más por intuición que
por lógica. Eran las 17:30 horas cuando comenzamos la subida hacia
la cumbre principal, aún faltaba mucho y quedaba el dichoso hongo.
Cuantas dudas sobre si sería escalable. Con la puesta de sol, los
hongos se tiñeron de na-ranjo. Seguimos por una serie de rampas empinadas
hasta que nos encontramos en la antecumbre. Alcanzamos a ordenar la
cuerda cuando el sol desapareció. Con linternas nos acercamos a la
cumbre, y constatamos que el hongo estaba en su apogeo invernal. Por
un lado 10 m extraplomados, por otro, solo 5 ó 6. Pero era de noche,
¿qué hacer? En esos escasos metros se centra todo el éxito o fracaso
en un cerro. Manuel y Camilo lo evaluaban. Había una falla por donde
se podría ascender. Pero no de noche, no ahora... Renunciamos a la
cumbre. Es casi como estar, pero no estando. Se ve cerca, pero no
lo suficiente, que maldita obsesión. No creo que halla otra actividad
en que los símbolos pesen más que en el montañismo. Qué inútil, sólo
llegar arriba vale, qué mínima diferencia pero qué simbólica es.
Bajamos sin muchas palabras hasta juntarnos
en el plano. Manuel y Camilo querían bajar de inmediato toda la ruta,
yo no. Estaba agotado y no había necesidad imperiosa de bajar. En
14 años de expediciones en Patagonia nunca había visto un clima tan
estable como en esos días, lo que me daba confianza pese a estar en
un lugar poco aconsejable para pernoctar. Como tampoco había prisa
en bajar (la cascada de seracs de noche no estaba en mis planes),
empezamos a cavar una cueva en la nieve con los pies todavía muy fríos.
Luego de más de 3 hr paleando y picando, a las 23:00 hr entramos a
la cueva. Nos sentamos en incómodos espacios, apretados, acalambrados,
entumecidos por el frío de los pies. Por suerte llevamos un anafre
y calentamos agua para llenar las botellas y calentarnos los pies.
Hablamos largo rato del hongo, yo casi justificaba la ascensión aún
sin esta última parte, aunque entre risas presentía que me tragaría
mis palabras.
Luego se planteó subir nuevamente a terminar
la ascensión. Yo lo rechazaba, por cansancio y por aprensión de la
posible estabilidad de estas formaciones heladas. Había que ver en
qué estado amanecíamos. La noche fue pasando entre dormitadas. Tres
veces alcanzamos a recalentar las botellas hasta que el anafre sé
calló. Cuando amaneció salimos de la cueva más repuestos de lo que
pensábamos y volvimos a subir. Mis temores de viejo mañoso quedaban
en ella.
Alcanzamos nuevamente la base del hongo a
las 11:30 hr, todo despejado, pero con algo de viento que venía desde
la pampa, un escenario impresionante. Manuel se tiró por el defecto
central. Le indiqué que usara la pala para modificar algo la pendiente
y poder subir. Camilo aseguraba a sus prudentes 15 m, yo de fotógrafo,
y todos tensos, esperando mientras Manuel, con 2 estacas, fue escalando
poco a poco hasta que llegó al plano superior y nos fijó la cuerda
para su-bir jumareando. Llegamos a la reunión, pero el cerro no acababa
ahí como parecía desde abajo: aún faltaban otros 35 m que subimos
por una serie de escalones y plataformas de nieve muy blanda. Finalmente,
las 13:30 hr del 16 de julio, nos paramos en la cumbre, una planicie
perfecta de unos 10 por 15 m. Avanzamos justo hasta el centro y ahí
nos abrazamos, felices, agotados, con todas las preguntas aclaradas,
pues las cumbres son las cumbres. Desde el hongo teníamos una caída
de mas de 3.000 m, impresionante. Sacamos unas fotos, y pregunté a
Camilo qué se sentía haber subido también el San Valentín en invernal.
Y fueron 15 minutos, no más. Bajamos rapelando
de una estaca, recogimos lo que quedaba en la cueva y abandonamos
ese hoyo miserable siguiendo la ruta del día anterior. Era vital encontrar
el mismo camino de bajada, si no, las penas del infierno caerían sobre
nosotros. Las huellas estaban casi borradas, pero un detalle en las
ramificaciones de hielo que cubrían el suelo como un bosque de pinos
nos orientó y pudimos bajar. Otro rapel más y la gran bajada, una
pendiente de más de 250 m de desnivel de unos 55°, que nos llevó al
fondo de los seracs, la zona de impacto donde estaban todos rotos
y amontonados. Buscamos nuestra ruta entre ellos y a las 15:30. hr
estábamos ya encordados, bajando tranquilamente por el glaciar Calluqueo.
Una hora más tarde logramos comunicarnos con Marcelo. Le transmitimos
nuestra alegría y le pedimos que derritiera agua, porque llevábamos
más de 38 horas de actividad y habíamos tomado muy poca.
Llegamos a nuestras carpas felices y comenzamos
a comer, beber, reír y descansar. Afuera el clima era otro: fuertes
ráfagas azotaban la brecha, las formaciones de nieve alrededor de
la carpa habían cambiado notablemente y nos estábamos enterrando.
Pero esa noche dormimos tranquilos como en el mejor de los refugios.
Cuando finalmente llegamos a la cabaña decretamos
un día de reposo para reparaciones varias, costuras y tallados, entre
los que destacó una gran placa de madera de lenga con el dibujo del
San Lorenzo y la leyenda "Expedición Inamible, Monte San Lorenzo.
Primera Ascensión Invernal", que quedó colgando en la cabaña.
Así concluyó una hermosa ascensión de una
montaña poco conocida, donde justamente esa falta de protagonismo
la hacen más atractiva. Aquí se puede gozar del montañismo de exploración
y de descubrimiento. Sin duda queda mucho por hacer. La travesía integral
quedará esperando generaciones más osadas, lo mismo la arista Este
invernal, y por qué no la misma cara Este, con más de 15 kM de pared,
que serán en un futuro terreno de juego de más de uno.
Pablo Besser J.