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Primer ascenso invernal al monte San Lorenzo (2004)
Primer ascenso invernal al monte Balmaceda (2005)
La Montaña Transparente

La Montaña Transparente
Una montaña que es visible para todos desde diversos ángulos, visitada diariamente por muchos, que está en todas las postales, cuyos glaciares muchos caminan y hasta se aproximan a su base, pero que curiosamente se resiste a ser conocida. En casi 50 años desde la primera vez que fue ascendida, solo un puñado de cordadas la han escalado.
Uno podría pensar que es muy difícil y amedrenta hasta al más valiente, pero no es el Monte Sarmiento ni el Paine Grande. Otros pensarían que es muy fea o demasiado fácil. Aunque sobre gustos no hay nada escrito, diría que es una joya de la Patagonia, pero una joya invisible. Solo el hecho de ser una montaña “transparente” explicaria que desde 1957, sólo 4 ascensos se hayan efectuado a la cumbre principal del Monte Balmaceda.
La realidad, algo menos romántica, es que el magnetismo que genera la Cordillera del Paine, más la absoluta falta de información, han sido seguramente los factores que han mantenido esta cumbre aislada de los favores de los montañistas. Además, aunque a primera vista su acceso parece fácil, el ambiente natural intocado que la rodea no ofrece al escalador una vía de entrada sencilla, directa o rápida, ni menos conocida.
La acción
Ismael Mena, Francisco Urzua, Nicolás Von Gravenitz y yo partimos de Santiago rumbo a Punta Arenas con la idea de un ataque doble. Primero queríamos escalar el Balmaceda y luego ingresar al misterioso mundo del Hielo Patagónico Sur por el glaciar del mismo nombre con el fin de ascender una montaña hermosa, que al parecer seguirá esperando su primera ascensión.
Elegimos ir en invierno por la buena impresión del año pasado, cuando en julio también y junto a otro grupo, logramos la primera invernal del Monte San Lorenzo. La idea era poder disfrutar de esas mismas bondades climáticas esta vez.
El 11 de julio de 2005 desembarcamos los más de 200 kilos de comida y material en la playita de Laguna Azul, donde llegamos en un zodiac de Onas Patagonia, la empresa de Fernando Viveros, un santiaguino embrujado hace años por la Patagonia y actualmente radicado en Puerto Natales. Fernando tiene su relación personal con el Balmaceda, ya que en 1993 hizo la segunda ascensión.
La entrada.
En 3 días, de porteos, exploraciones y mucha agua, nos instalamos cómodamente en la rivera más austral del lago Balmaceda, actualmente más grande de lo que sale en los mapas por el retroceso del glaciar que lo alimenta. El lago estaba congelado, con enormes icebergs amontonados en uno de sus extremos. Pero la capa de hielo no era suficientes para caminar en forma segura por su superficie.
Estábamos muy lejos aún de la ruta original de Meiling, que de verdad me agradaba. Tal vez a unos 8 a 10 kilómetros por un terreno bastante difícil, especialmente por la vegetación. La línea de nieve solo se iniciaba en forma que ayudara al desplazamiento a partir de los 500 metros, pero a esa cota no se podía rodear el cerro por haber varias quebradas y accidentes. Por eso, decidimos intentar el cerro desde el lago, saliendo con todo el equipo para 8 días.
El 16 de julio alcanzamos una arista a mayor altura donde hicimos nuestro primer campamento en nieve. Estábamos felices de salir del bosque-pantano-mójalo-todo. La mañana siguiente nos recibió con un día hermoso, con todo el campo de hielo visible por primera vez, con tantos detalles que reconocí, tantos buenos y duros recuerdos también.
Mientras rodeábamos el cerro, la vertiente Oeste nos hizo pensar en una posible nueva ruta. Entusiasmados subimos por la arista en dirección a la base de esta cara. A unos 750 metros contemplamos la pared, llena de seracs y de grietas. El 2003 dos españoles abrieron una ruta hasta la cumbre por esta cara, pero en verano. Otra cosa es en invierno. Algo en la pared no me agradaba. Había demasiadas galerías de tiro en la ruta, es decir, tramos en que si el cerro disparaba, le apuntaba a los cuatro muñecos de peluche. Desde la vez que salvé jabonado de una avalancha en el San Lorenzo, le tengo cierto respeto a estas galerías. Si uno se plantea hacer montañas de alguna categoría por 30 años, es sano no jugarse la suerte en cada una de ellas. Así que planteé mi rechazo a esa ruta. Luego de un par de conversaciones, unos con más animo, otros con menos, bajamos para seguir rodeando el cerro. Seria por la ruta Meiling o nada. A la antigua.
Tormentas
Acampamos a pasos de unas lagunas congeladas en una especia de repisa del bosque, con vista de lujo de todo el lago. Todo el día fue de porteos. Con Ismael bajamos al deposito del lago en sólo 3 horas para traer más comida, mientras Francisco y Nico subían con fierros, cuerdas y demás adornos de navidad. El clima no había sido todo lo maravilloso que el invierno auguraba, más bien era como verano, con frío pero sin viento. Pero al ser los días cortos, los desplazamientos y la eficiencia son menores. Regresamos rodeando el lago, siguiendo una ruta que parecía más directa. A mitad de camino a Isma se le despegaron las suelas a sus botas plásticas, ya reparadas de mala forma. En ocasiones debíamos dejar la playa y buscar el paso por el cerro, pues farellones que caían directo al agua cortaban el paso. En otras playas, el hielo de la superficie estaba presionado contra la ribera, quebrándose con un ruido permanente de vidrios rotos y los hielos amontonándose en la orilla formaban cerros de cristal. Fue un día hermoso. Luego nos metimos en un bosque impenetrable, absolutamente denso, enmarañado, y agotados, casi nos perdimos antes de llegar bien de noche al campamento.
Yendo hacia el depósito, cruzamos un valle donde había huellas de puma, por lo cual lo llamamos valle Puma, o leoncito para los amigos. Además, en el mismo valle hay una laguna encerrada en paredes graníticas y hielo, preciosa, taponada por una morrena que la encierra de forma perfecta. La llamamos laguna León.
Seguimos ascendiendo en dirección a un portezuelo, muy cerca de tomar la ruta de Meiling, pero el clima empeoraba evidentemente. Más nubes, más viento. Del lado del campo de hielo todo era negro, hacia la pampa, sol. Nos faltaban unos metros para llegar al portezuelo. La ambición de llegar y ver la ruta por fin nos hacia olvidar el clima. Pero al final, obligamos a Isma, que como casi siempre iba primero, a regresar, ya que la cosa se veía fea y los portezuelos no son buenos campamentos. Bajamos unos 100 metros y a un costado de una gran cornisa armamos un buen campamento. El día siguiente, aún malo, con llovizna y neblina, Ismael, siempre inquieto, lo aprovechó para bajar al depósito del valle León y así traer toda nuestra carga. Teníamos para unos 6 días al menos.
El 22 de julio amaneció con algo de viento y más sol que en los días previos. Nico pregunta desde su carpa si salimos. Algo me decía que no, que vendria malo, pero mi otro yo ,siempre algo flojo, habitualmente dice que está malo, asi que esta vez lo dejé incomunicado y salimos.
Llegando al portezuelo, incluso había sol, vimos por primera vez el río Serrano, la Sierra Chacabuco, de bellas formas, y el glaciar muy agrietado que conducía al Portezuelo de la Gallina. Aunque no habíamos andado más de 2 horas desde el anterior campamento, el viento, arrachado y turbulento, aumentó tanto de intensidad que nos obligó a buscar refugio pronto, al parece mi yo flojo tenia razon.
Malo, malo, malo.
Armamos un muro considerable e instalamos las dos carpas, la VE-25 pegada al muro y la Thor un poco más atrás, cuando una ráfaga superdotada botó la mitad del muro y las carpas quisieron volar a la libertad. Caos, gritos, afirmar carpas, subir bloques y armar un nuevo muro fue cosa de eternos minutos. Nico no estaba, pues había bajado por más carga. Al regresar nos encuentra armando un súper muro, doble o triple, mientras el viento aumentaba en saltos cuánticos, pasando de gritos a rugidos. Al final, tras más de 4 horas de trabajo el muro era ya una fortaleza, pero de agua. El viento traía lluvia, que nos acribillaba como al muro. Su tiempo estaba contado. Al anochecer, en otro acto de masoquismo, salimos de la carpa con Isma y la desarmamos, refugiándonos los 4 en la VE-25. Tratamos inútilmente de reparar algo el muro, ya casi de noche en medio de una orgullosa tormenta, pero nos fue imposible caminar contra el viento, de al menos 150 km/hr. No hubo cena esa noche, sólo rugidos y pedazos de muro que caían. La lluvia no era nuestra amiga, pues erosionaba irremediablemente el muro.
Dos días más tarde, luego de bajar nuevamente al campamento de la cornisa, en espera de mejor clima, regresamos el sitio del desastre, recogimos algo de carga y seguimos acercándonos a la montaña, bordeando un glaciar muy agrietado que bajaba desde el Portezuelo de la Gallina. Al fondo se observaba un circo de montañas, y dos posibles portezuelos. Tras revisar los mapas, optamos por el de más al fondo, pero de la gallina aun ni plumas. Avanzando con raquetas, nos encordamos al pasar bajo unos seracs enterrados, en un bonito día que de a poco se fue limpiando de nubes. En el tramo final usamos los crampones, hasta que se nos reveló el plumífero: una de las rocas, justo a la derecha del portezuelo, era coronada por una gallina perfecta, con su silueta, cabeza, cresta y cuerpo. Notable.
El portezuelo, de unos 15 metros de ancho y sin cornisas, de a un lado mira hacia el norte toda la cordillera del Paine y la cuenca del Serrano. Al otro lado el Balmaceda se adivinaba entre nubes, pero aún no identificábamos la ruta de Meiling. Ubicamos una zona de nieve acumulada como protección, donde excavamos una gran plataforma y nos instalamos cómodamente, muy bien protegidos y en el mejor asiento para presenciar el espectáculo del atardecer.
Pasamos una tranquila noche sin nada de viento aunque con bastante frío. A las 7:30 comenzamos la marcha aún a oscuras. No salimos más temprano por que la aproximación es corta y necesitábamos luz para ver la ruta, que aún no conocíamos. A lo lejos se veían las luces de Puerto Natales. El día se inició hermoso, casi sin nubes ni viento. Al salir el sol, la montaña se tiñó de rojo, con la luna aún visible. Todo el Hielo Patagónico se fue transformando desde una superficie plana y blancuzca a la maravilla de formas y relieves que es esa atrayente e inhóspita región.
La ruta no era difícil de visualizar: una serie de rampas y secciones cortas de mayor pendiente, hasta alcanzar las últimas planicies que llevan a una cumbre no tan lejana. Son 900 metros de desnivel, pero primero bajamos unos 150 metros rodeando algunas grietas para empezar el ascenso. Ascendimos un par de secciones de hielo algo más inclinado, tal vez de 65º, siempre encordados pero sin necesidad de asegurarnos. Abundaban las grietas, algunas considerables, y varios sectores eran galería de tiro de los seracs.
Ya con sol, paramos al alero de un gran serac vestido en su traje de nieve patagonica, con esa textura propia de los hongos de hielo característicos de estas montañas y aún más abundantes en el periodo invernal. Después de comer algo, en un par de horas y con Nico en punta cruzamos los sistemas de rampas, no sin antes pasar una gran grieta de unos 20 metros de ancho y en desnivel, sectores tensos para el montañista despierto, sabedor de lo efímero de la seguridad en lugares como éstos.
Siguió Francisco en punta. La ultima hora de batalla fue contra una gran pared de nieve con incrustaciones de hielo, muy inclinada y reblandecida, que no dejaba de preocuparme por las avalanchas de placa. Finalmente los cuatro llegamos al filo cumbrero, que une la cumbre oeste o principal con la este. Grandes cornisas existían en este filo, pero no grietas, lo que nos permitió alcanzar la base de la cumbre sin problemas. Es una gran plataforma, como un hongo de hielo pero muy plano y achatado y de rebordes bajos, tal vez de unos 2 metros, que todos escalamos con alguna dificultad, encontrándonos con la plataforma de la cumbre. ¡Alegría!
Cumbre
¡Qué emoción! Por llegar a la cumbre, por haberlo logrado. Alegría por que terminó el suplicio del ascenso, certeza por la meta cumplida y el viaje justificado. Una vista impresionante del escenario patagónico en su más notable faceta, todo blanco, el milagro de la glaciación que efímeramente reaparece de invierno en invierno. Era como regresar en el tiempo, en los recuerdos.
Todos sacábamos fotos frenéticamente. Había poco viento pero se me helaron las manos en pocos minutos de sacarlas de los guantes, por la sensación térmica de unos 35º bajo cero. Dejamos de tomar fotos y apurados tratamos de salir del viento. Una vez bajo el hongo-cumbre, cesó el viento y regresó el calor a nuestras manos. Tomamos un par de tragos de café caliente e hicimos un par de llamados por radio VHF a Onas en Puerto Natales y a la administración de CONAF avisando del éxito.
El descenso fue rápido y por el mismo recorrido, excepto por el muro final que evitamos para no cortar la placa de nieve inestable. En 3 horas salimos de la pared y nos alejamos de los seracs, asi alas 16.00 hrs ya estábamos en el Portezuelo de la Gallina. Esa tarde fue de regalo, felicidad tranquila y agradecida del que hizo lo que quería hacer, por haber estado en el momento justo en el lugar adecuado. ¡Gracias Patagonia!
Cuatro dìas mas tarde, seriamos extraidos , por el zodiac, del mismo punto donde se inicio el periplo, cortos de tiempo, dejamos la segunda etapa de la expedición pendiente. Quien sabe por cuanto tiempo.
Las montañas de la Patagonia son cumbres de vida, montañas de esperanza, de oportunidades que se entregan no siempre al más hábil sino la mayoría de las veces al más tenaz y porfiado.
Regresamos felices de haber explorado palmo a palmo este desconocido rincón de la Patagonia. Para mí se completaba el cuadro, ya vislumbrado el ‘99, al descender del Hielo Patagónico Sur por el glaciar Balmaceda. Esa vez fue un escape. Ahora con tiempo y paciencia nos adentramos en los secretos de esa tierra que nos regaló el mayor regalo que puede dar, que de muy buena forma señaló Shipton: “Incluso la vileza del clima es fuente de cierta satisfacción, ya que ha sido nuestro propósito aceptar ese desafío y probar nuestra habilidad de viajar seguros incluso en los más salvajes momentos. Pero por sobre todo, lograr cierta forma de intimidad con estas salvajes regiones, que para mi mente es la mayor recompensa de cualquier aventura montañera”.
Pablo Besser J.
Mapa de la Zona Monte Balmaceda. Desde Puerto Natales, tomamos el zodiac con rumbo al Seno de Ultima Esperanza, pasando bajo el macizo del Balmaceda e ingresando a la Laguna Azul, Una vez alcanzada la playa, comenzamos el transporte de las cargas con rumbo al Lago Balmaceda.
Desde el Portezuelo de la Gallina, se aprecia la ruta final al Monte Balmaceda. La cumbre principal es la mas a la derecha siendo la de la izquierda, de menor altura, pero solo en algunos metros.
Cargando el zodiac en el muelle de Puerto Natales. Fernando Viveros de www.onaspatagonia.cl fue nuestro capitan.
Navegando por el rio que lleva a la laguna Azul, lugar precioso, enclavado en el corazon de un patagonia aun muy poco conocida.
El zodiac se va y quedamos los cuatro, por las proximas cuatro semanas.
Primer campamento en medio de grandes mallines, la humedad reinaba. Desde aqui porteabamos hasta el campamento a los pies del lago Balmaceda.
 El macizo del Balmaceda no es facil de entender desde el punto de vista geografico. Varias cumbres y glaciares sin una ruta evidente al menos desde el lado Sur-Oeste.
La ruta en ocasiones nos acercaba a la orilla del Lago Balmaceda, el que estaba casi entero congelado pero no lo suficiente como para caminar por el.
Imagen del lago Balmceda casi congelado y el Glaciar Balmaceda, el mas austral de todo el Hielo Patagonico Sur.
Esta vez, para caminar, en vez de skis preferimos las livianas y comodas raquetas de nieve, eleccion que resulto adecuada por las caracteristicas del terreno y la vegetacion mas que abundante.
Aproximacion a la cara Nor-Oeste del Balmaceda, rumbo al Portezuelo de la Gallina siguiendo la antigua ruta Meiling del Balmaceda.
Si no ves la gallina, preocupate .
Campamento en la ladera justo bajo el Portezuelo de la Gallina. Al fondo, el macizo del Paine en pleno invierno.
De amanecida, con el sol empezando a teñir la montaña, iniciamos la ascencion buscando las pasadas entre sus multiples grietas.
Por el laberinto de grietas.
Amaneciendo en el Hielo Patagonico Sur, glaciar Geike y Tyndall.
Imagen hacia el norte, macizo del Paine y Glaciar Tyndall.
¿Por dónde?
Abriendo huella. la cumbre principal es hacia la derecha.Un alto en el camino. Nicolas Von Graevenitz, Ismael Mena y Francisco Urzua.El descenso , siguiendo la misma ruta.
En la cumbre. Un viento gelido no nos dejo estar mas de 5 minutos en ella. un gran plateau, con caidas vertiginosas a casi todos los lados. Al fondo el Glaciar Tyndall.Llamando por VHF a Conaf y a Puerto Natales.La Laguna Azul y el sector glaciado del Canal de las Montañas.
Otro gran cerro patagonico en invierno. Primera invernal y 4 ascenso del Monte Balmaceda.Los cuatro, la foto de cumbre; atras la ruta elegida. Las condiciones invernales encontradas fueron las mismas del primer ascenso hace mas de 40 años. Es la maquina del tiempo del invierno patagonico.